El retrato de Mona Lisa o La Gioconda puede considerarse, sin lugar a
dudas, como la obra de este género pictórico más famosa que existe en el mundo.
A las calidades pictóricas del cuadro hay que sumar un conjunto de elementos,
anecdóticos e históricos, que aumentan su popularidad. Esta fama, no obstante,
le ha perjudicado: la hemos visto tantas veces reproducida que nos resulta
difícil considerarla como obra de un ser humano de carne y hueso en la que
representó a otra persona también real.
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Parte de su fama proviene de los puntos aún no aclarados. Suponemos que
la modelo es Mona (apócope de Madonna, es decir, señora) Lisa, nacida en
Florencia el 1479 y casada el 1495 con el marqués de Giocondo. Sin embargo,
esta identificación no goza del consenso de todos. Se dice que la encargó
Giuliano de Médicis y, por tanto, no puede ser Mona Lisa, a menos que ésta
tuviera relaciones amorosas con Giuliano.
Nos consta que Leonardo no se separó nunca del cuadro; desde la fecha de
su ejecución -también discutida- lo retuvo siempre con él. Esto abona la
suposición que el pintor trabajó en él durante muchos años, según un concepto
perfeccionista típico de su mentalidad. Su ejecución acusa ciertamente una
técnica minuciosa y reiterada, en la que es imposible de distinguir la
individualidad de las pinceladas. Por ello, posee una morbidez y unidad
difícilmente igualadas en la historia de la pintura. La limpia calidad del
rostro, con su enigmática y equívoca sonrisa, el diáfano modelado de las manos
y el extraordinario verismo de los efectos de luz sobre las telas son producto
de un procedimiento exquisito, de una inusitada insistencia y de un criterio
científico aplicado a la captación de la realidad. Intentemos mirar el cuadro
como si fuera la primera vez que lo vemos. La sistemática observación de los fenómenos físicos llevó a Leonardo a
degradar los colores para marcar la lejanía progresiva del paisaje y suavizar
el dibujo difuminando los perfiles como efecto de la atmósfera que envuelve
figura y naturaleza, de manera que ambas queden armónicamente unificadas. Así,
mientras pinta las figuras y los objetos situados en primer término con una
mayor precisión, va suavizando y matizando el trazo a medida que los objetos se
alejan, de manera que quedan difuminados por la masa de aire interpuesta, dando
la sensación de una auténtica lejanía. La expresión de un rostro reside principalmente en dos rasgos: las
comisuras de los labios y las puntas de los ojos. "Precisamente son esas
partes las que Leonardo dejó deliberadamente en lo incierto, haciendo que se
fundan con sombras suaves. Por este motivo nunca llegamos a saber con certeza
cómo nos mira realmente Mona Lisa. Su expresión siempre parece
escapársenos" (Gombrich, E.H., ob., cit., pág. 249)
Pero también existen otros motivos para producir dicho efecto: los dos
lados del cuadro no coinciden exactamente entre sí, como lo pone en evidencia
el paisaje del fondo. El horizonte en la parte izquierda parece hallarse más
alto que en la derecha. "En consecuencia, cuando centramos nuestras miradas
sobre el lado izquierdo del cuadro, la mujer parece más alta o más erguida que
si tomamos como centro la derecha. Y su rostro, asimismo, parece modificarse
con este cambio de posición, porque también en este caso las dos partes no se
corresponden con exactitud" (Gombrich, E.H. ob., cit., pág. 250). Pero
todos estos recursos no nos ocultan una representación maravillosa del cuerpo
viviente; observemos el modelado de la mano o las diminutas arrugas de las
mangas. Leonardo ya no es un fiel servidor de la naturaleza, sino que infunde
vida a los colores esparcidos con sus pinceles.
Nunca ha
sido tasado, pero si lo fuese, probablemente alcanzaría la cifra más alta de la historia del arte. Por ello, no
es extraño que fuese robado del Louvre
por Vicenzo Perrugia (pintor italiano) en 1911 aunque apareció dos años
más tarde en Italia. Aquí teneis más informacón sobre el robo y el misterio que lo envuelve.
El cuadro no sólo ha sido robado, sino que también ha sido rociado con ácido y golpeado con una piedra arrojada por un hombre en el propio Louvre. Es con diferencia la pintura más visitada del museo (6 millones de visitantes en el año 2001). En 2005 fue instalada tras una vitrina antibalas en una sala especial donde está protegida del calor, la humedad y el vandalismo. El traslado y acondicionamiento tuvo un coste de 6 millones de dólares que corrieron a cargo de la misma cadena televisiva japonesa que patrocinó la restauración de la Capilla Sixtina.
Una peculiaridad de la dama que aparece en el cuadro es que no tiene cejas ni pestañas. Aunque hoy en día nos extrañe, era una costumbre común entre las damas florentinas de la época, depilarse todo el vello de la cara. Es la última gran obra de Leonardo, y de hecho estuvo retocándola hasta sus últimos días, llevándole cuatro años completar el proyecto. A posteriori se sabe que pertenecio al amigo y mecenas de Leonardo da Vinci, el rey Francisco I de Francia y más tarde a Napoleón sin pertenecer en ningún momento a la familia Giocondo.
El cuadro no sólo ha sido robado, sino que también ha sido rociado con ácido y golpeado con una piedra arrojada por un hombre en el propio Louvre. Es con diferencia la pintura más visitada del museo (6 millones de visitantes en el año 2001). En 2005 fue instalada tras una vitrina antibalas en una sala especial donde está protegida del calor, la humedad y el vandalismo. El traslado y acondicionamiento tuvo un coste de 6 millones de dólares que corrieron a cargo de la misma cadena televisiva japonesa que patrocinó la restauración de la Capilla Sixtina.
Una peculiaridad de la dama que aparece en el cuadro es que no tiene cejas ni pestañas. Aunque hoy en día nos extrañe, era una costumbre común entre las damas florentinas de la época, depilarse todo el vello de la cara. Es la última gran obra de Leonardo, y de hecho estuvo retocándola hasta sus últimos días, llevándole cuatro años completar el proyecto. A posteriori se sabe que pertenecio al amigo y mecenas de Leonardo da Vinci, el rey Francisco I de Francia y más tarde a Napoleón sin pertenecer en ningún momento a la familia Giocondo.
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La combinación de la "perspectiva aérea" y de la técnica del "sfumatto" (=difuminado) consiguen una estupenda sensación tridimensional y de profundidad. Los críticos de arte coínciden en afirmar que lo mejor del cuadro son las manos y por supuesto la enigmática sonrisa sobre la que Margaret Livingstone, experta en percepción visual dijo: "una ilusión que aparece y desaparece debido a la peculiar manera en que el ojo humano procesa las imágenes". La experta opina que debido al funcionamiento del ojo humano si se mira directamente a la boca la sonrisa desaparece, mientras que si se mira a los ojos u otra parte del cuadro la sonrisa vuelve a aparecer en el rostro de la Gioconda.
Sobre la boca de la Mona Lisa, J.E. Borkowski comenta que el rictus bucal es como el de las personas que han perdido sus incisivos o que padecen bruxismo, un hábito que lleva a rechinar los dientes por estrés o durante el sueño.
No deja de llamar la atención la opinión de un profesor de Yale, según él la sonrisa es debido a que la dama está embarazada. Llega a esta conclusión tras analizar la forma de la cara, los dedos hinchados y el gesto de las manos sobre el vientre (muy típico de las embarazadas).
Según la publicación británica New Scientist y en base a los estudios de la Universidad de Amsterdan la sonrisa de la Mona Lisa está compuesta de las siguientes emociones:
- 83% se debe a la felicidad
- 9% es sentimiento de disgusto
- 6% de miedo
- 2% de enojo
El estudio
está basado en el análisis de la expresión por un programa informático
(diseñado por la Universidad de
Illinois) que evalúa emociones interpretando los gestos de la cara.
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